Nunca terminaba de ser mía

A diez cuadras de ahí estaba ensayando la primera formación de Sumo. Por el costado del ojo vi a mamá leyendo Ana Karenina en una reposera.

Me acuerdo que empezó en el año 80 cuando papá clavó unas ramas en fila contra el piso, nos tiró la pelota y nos dijo a Nico y a mí ahora vamos a aprender a gambetear. Arrancó Nico, que era más chico, y para él la redonda era una amiga, una parte de su cuerpo. A mí se me iba un poco lejos, trataba de amasarla y amansarla pero me rebotaba, nunca terminaba de ser mía, y aunque la amaba y la amaría el tribunal metafísico de la competencia selló mi destino de mediocampista ganoso, de zaguero apreciable, y en un momento me caí y miré al cielo y vi las nieves en la cumbre del Famatina. Esa noche me había hecho pis en la cama.

 

Me acuerdo que un rato más tarde, en Nomaí, pusimos dos piedras del arroyo de cada lado, a un metro y medio una de otra, y como había pendiente cambiábamos de arco en cada gol, y discutimos si el primer gol de Nico había pasado por encima de la piedra. En otra yo quedé solo frente al arquito y la reventé igual, a quince centímetros de la línea de gol imaginaria. La pelota bajó todo por el sendero que iba al arroyo Las Rabonas, atravesó las higueras, las parras, los ciruelos y el árbol de granadinas y el perro blanco de Abraham la siguió como si tuviera vida. Recién empezaba el primer tiempo y nos quedaba energía para rato. Yo ya estaba perdiendo tres a uno. A diez cuadras de ahí, me enteraría unos años después, estaba ensayando la primera formación de Sumo. Por el costado del ojo vi a mamá leyendo Ana Karenina en una reposera.

 

Me acuerdo igual que en un momento me sentí cansado y el verano de Las Rabonas pareció transformarse en invierno, y resolvimos jugar con Nico un mundial con los 171 países que había entonces, todos contra todos, con una pelota de tenis, en nuestro cuarto pintado de color ocre, con la puerta de un ropero y la puerta del ventanal que daba al balcón como arcos. En un momento vino mamá y nos dijo que no pisáramos tan fuerte. Nico era Namibia y ya iba 4, y yo era Bophuthatswana e iba 1, el gol que había reventado en Nomaí.

 

Me acuerdo que el invierno se convirtió en primavera y en verano y en otoño y siempre la transpiración y la excitación de ir perdiendo y ganando y perdiendo, y al partido, que parecía largo por momentos cuando todavía no habíamos llegado a los quince del primer tiempo, se sumaron Félix que tenía cuatro, más tarde Gonzalo, y Ramiro López de enfrente, el del papá relojero y la mamá Aurora y su hermana Mariana, que estaba de novia con el tecladista de Porchetto y usaban nuestro teléfono porque Entel no les habilitaba el suyo, y también se prendieron Saulo Macri de la vuelta, los Otegui, Lucio el jardinero y Rubén su ayudante, que había jugado en Platense, y el partido lo jugábamos en el patio largo que iba al garaje, y valía usar las paredes del costado, y a veces le pegábamos a la enredadera de cuatro metros de alto que parecía que se iba a caer entera, y en un momento pasó Luciana, la vecina de mitad de cuadra, ligera, hermosa, fantástica, con su perro policía gigante, y un pelotazo mío iba contra ella, derecho, pero rebotó contra la reja negra del portón, a centímetros de su oreja.

 

Me acuerdo que se sumaron los Podestá, Lodas, el Polaco, Ibarra y otros. Faltaban diez minutos para que sonara el timbre de la formación y jugábamos en medio del resto de los alumnos de primaria. Parecía un pinball ese partido, lleno de obstáculos. Yo me quedaba parado en el fondo y despejé con fuerza la pelota empapada que se acababa de ir al charco de la vereda. Le dio en plena cara a uno de sexto. Un rato más tarde Carlos, que sería el capitán de Vinicius cuando seis años más tarde armáramos el equipo más campeón del campeonato de egresados, diría que yo era el mejor defensor de séptimo grado.

 

Me acuerdo que la noche anterior con Nico estábamos nerviosos porque empezaba el campeonato del CASI. No podíamos dormir, y elongábamos parados en nuestras camas, a oscuras. De mi equipo faltaron todos menos el Gordo Nagy, que sería mi mejor amigo en la época de descubrir el rock, la marihuana y las chicas. Los rivales eran once, pero todos más enanos que nosotros, porque la categoría era 71/73. Nosotros teníamos la remera de Tigre y quisimos jugar igual. Nos dejaron jugar por amor al arte, no por los puntos, y resistimos durante un rato largo el embate de la manada de pendejos.

 

Me acuerdo que se puso el sol sobre el río marrón y nos quedamos jugando a oscuras y el Mágico Francis me devolvió una pared tan blandita, tan perfecta, tan como un putt haciendo girar la pelota lenta, lenta, lenta, lentamente sobre el green, que me hizo sentir como que estaba a su altura. Se la devolví y el Flaco hizo una finta de su espiga, le puso crema y azúcar y mandó al arquero al rincón y nos pusimos 2 a 4. Después iríamos con el Tano hasta la parada a esperar el 168 que nos llevaría a la adolescencia.

 

Me acuerdo que el Mágico se puso a hacer jueguito con la pelota, que era una tapita de metal de Coca Cola, en el círculo central del patio del secundario, y el partido se puso en pausa y los nuestros le decían dale Flaco, vamos perdiendo y él no, dibujaba caracoles con el pie.

 

Me acuerdo que dije bueno voy de 9 y Rodrigo me dijo te tengo fe y me mandé entre los mastodontes del medio en la cancha chica del Atalaya. Tenía unas zapatillas azules fosforescentes Topper con la parte de atrás, la lengüeta, verde y le di a una bola como si fuera una boya y fue al gol, gol, gol, 3 a 4.

 

Me acuerdo que después me afirmé en el medio, más como poseído por una energía sexual venida de Noruega, de Seattle, por el lento de Cetera que había bailado la noche anterior con Sole, que no sabía que ya no querría verme más, no sabía que la noche anterior había pasado algo que nunca iba a poder aprender, que hoy todavía no sé, pero sentí que el equipo fluía, que algo se había armado.

 

Me acuerdo que otra vez oscureció y los pibes de la villa de al lado empezaron a rodear el suelo de ese potrero del Bajo y a golpear el piso con mangueras, y nosotros nos asustamos y algunos quisimos abandonar.

 

Me acuerdo que ahora enfrente estaban Nico, Félix y Gonzalo, que era la final del campeonato de egresados que nosotros ya habíamos ganado seis veces y ellos ninguna y que por única vez en mi vida quise perder, quise que ganaran mis tres hermanos menores.

 

Me acuerdo que había ido a bailar a la City y fui vomitando en el camino pero igual estaba bien, estaba entero.

 

Me acuerdo que el Comandante bailoteó como si estuviera en El Cielo, tiró un taco para Rodrigo, que se la dejó al Titán, que gambeteó a dos y se la dio atrás a Carlos que sacudió, pegó en el palo, le quedó a Rodrigo que le dio de rodilla, Rodrigo salió corriendo a festejar como un pájaro y yo me tiré, lo tacleé y le dije perdón, hermanito, perdón, porque me había mandado una cagada y después íbamos a ir a comer una hamburguesa en el ampm y él me iba a perdonar, una de tantas cagadas que me mandé en la vida, 4 a 4.

 

Me acuerdo que después íbamos a comer un asado y después teníamos otro partido de once en North Champ, y que a la noche yo iba a ver a los Redondos en Huracán.

 

Me acuerdo que trabé con Mario que era duro como qué, como un tanque australiano, volé por el aire y me quebré la muñeca al caer.

 

Me acuerdo que habíamos ido en el auto de Juan Riviera, un falcon, por la Panamericana a la que estaban ensanchando, y que ellos les tiraban balas de aire comprimido a los ecologistas atados a los árboles.

 

Me acuerdo que ni bien empezó el segundo tiempo uno con la remera de Gimnasia y Tiro de Salta se me escapó y se fue solo contra el arquero, Rafa, hijo de un periodista famoso, y que Rafa que era una bestia andante salió literalmente con los tapones de hierro de punta y lo partió al salteño, pero la pelotita toqueteada por el caído siguió rodando, y mientras los otros se le iban al humo Rafa trató de alcanzarla pero no, y entonces corrió al estacionamiento, al auto, y volvió con un fierro en la mano, apuntando hacia el cielo del San Leonardo, y no había manera de calmarlo, quería empomar a uno, 4 a 5.

 

Me acuerdo que los últimos partidos de la V nos puteábamos de arriba abajo, nos peleábamos con los pendejos; eran dos décadas de jugar juntos al fútbol y ya se veía la selva oscura del suplementario.

 

Me acuerdo que ahora sí estábamos cansados, y que me acordé de ese partido uno contra uno que habíamos jugado contra Nico en una cancha profesional, y que había durado ocho horas. 

 

Me acuerdo que el Tano y yo, con sus hijos y los míos, llegamos bajo un diluvio al campo y quedamos atrapados en el Bajo, no se podía salir y nos quedamos tomando algo en Barisidro.

 

Me acuerdo que Barry me pasó a buscar con su novia y sus cámaras y le pedí que parara en el camino para vomitar. Me había separado hace poco y estaba en mi temporada de excesos.

 

Me acuerdo que a los treinta y pico ya sentíamos los límites, ya las remeras naranjas y amarillas a rayas nos quedaban apretadas a Rodrigo y a mí, pero igual salíamos campeones.

 

Me acuerdo que el Titán, en un ataque de energía, hizo un gol él solito, casi caminando de nuestra área chica hasta el arco de ellos, nos pusimos 5 a 5 pero el empate no alcanzaba en esa final, había que meter uno y ganábamos porque el gol de visitante valía doble.

 

Me acuerdo que pasaba el tiempo y no había manera de entrar. De repente, quedaban pocos minutos.

 

Me acuerdo que trabé con León, que ya tenía diez años, era un uno contra uno en el Club de Amigos y me esguincé, me curaría mal, después volvería a esguinzarme y sentiría que dejaba el fútbol.

 

Me acuerdo que quedaba un minuto, era la final del campeonato anual categoría +40, y hubo un córner para ellos, subieron todos y le quedó a Dumbo, yo piqué sólo desde nuestra área, Dumbo me la tiró larga, como para que la dominara en el círculo central, sólo contra el arquero de ellos que corría a toda velocidad, era fácil, se la tiraba por un lado y corría por el otro, calculé, él venía muy embalado y muy jugado y me daba tiempo para tirarla por mi derecha, fuera de su alcance, está todo filmado, los chicos que estaban de suplentes miran lo que pasó y primero se sorprenden, lo hizo a propósito dicen, después se ríen, después dicen qué hijo de puta, Negro, la concha de la lora, era mi primer pique en un par de años y fue el último, algo se trabó entre mi cerebro y mi músculo, la orden no llegó a esos muslos portentosos, pesados que algunos habían levantado en mi fiesta de casamiento, quince o dieciocho años antes, cuando todavía lo podíamos todo. Tropecé torpemente contra el arquero y fue lo último que hice en una cancha de fútbol.

 

Me acuerdo que caí con la boca abierta contra los pastos secos y comí tierra y pasto y me paré, embarrado, y que sentí que el Loro Gaitán me la pasaba por la izquierda, yo se la di al Negro Palma que me la devolvió mansita, yo de nuevo al Negro y el Negro a mí y yo al Negro, me acuerdo que me senté arriba de la pelota y la Araña Amuchástegui vino a matarme y le tiré un caño, después le di la mano a Teodoro Nitti y encaré al Pato Gasparini, que jugaba para ellos, para Racing de Córdoba, desde atrás sentí que el Patón Bauza corría hacia la cueva de ellos y un paso del Patón en la China desencadenaba un terremoto en el área rival, por el costado del ojo vi que Don Ángel decía dale Negro la puta madre, dale, dale, ya termina, hay que hacer un gol (me lo decía a mí, no al Negro Palma, al Negro Llach), por el tercer ojo vi que por derecha picaba el Pampa Orte y amagué el pelotazo, Guillermo Aramayo se comió el amague y pasé, se la toqué de emboquillada al Patón en el punto del penal que me la devolvió de cabeza hacia atrás, la paré de rodilla, dejé que cayera hasta mi pie como si fuera mi amiga y le di con todo y rozó a Del Mul y subió y bajó y no llegué a ver si entraba o no entraba, si éramos campeones del Nacional 80 o no, me acuerdo, me acuerdo, me acuerdo, me acuerdo bien.

 

 

Publicado en La Agenda el 28 de febrero de 2020


 

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Comentarios: 3
  • #1

    Beatriz dejtiar (martes, 17 marzo 2020 13:56)

    Quiero participar del 5alker de escritura on line

  • #2

    Blanca Nieve Giusto (miércoles, 18 marzo 2020 10:28)

    18 de marzo 2020 12:28






    Te ibas por tres meses. Saliste. Seis meses pasaron y los repetiste. Te llevaste todo. Solo dejaste el gris del otoño en su cara. Cuenta cada día de la semana, cuenta y vuelve a contar. Atrapa esos números, con ellos fue formando una cadena, la que te atrapa. Tira de ella, sus esfuerzos se agotan. Sobre la mesa, el mantel estampado con líneas curvas como las de ese camino que le permitiría recorrer esa distancia hasta llegar a vos. Cuenta las flores rojas como el dolor, el pasto verde, tan verde como la esperanza. Cuenta los días, parecen más largos. Se encierra en el refugio del silencio. Las gotas de los ojos ruedan ruedan por la cara como las de la lluvia ruedan por el cristal de la ventana. Pasaron los días, los seis meses ya pasaron, los seis meses se acaban de cumplir. Suena el timbre, te abren la puerta. Oigo tus pasos, cruje el piso de madera. Entrás. Tu alegría es fingida. Ella llora con felicidad, las gotas de su llanto ruedan por su mejilla como rodaran aquellas de la tristeza. Tu despedida fue simple, solamente un "me voy". Aquella cadena no se volvió a unir.

  • #3

    Carmen florencia Nani (miércoles, 18 marzo 2020 23:41)

    Me encanta la iniciativa