Oscura selva de dolor interno

¿Qué es lo que distingue a un buen poema de uno malo? ¿A un buen poeta se lo reconoce por la riqueza verificable de sus textos o por el consenso de la crítica y el público? ¿El origen de la poesía es la inspiración o la constancia? En esta era del verso libre, ¿dónde se corta un verso y por qué? Respuesta para todas esas preguntas: misterio.

A un poeta se lo olvida más rápido que un paraguas, dice Fabián Casas, probablemente el poeta argentino vivo más leído, en Últimos poemas en Prozac, su primer libro de poesía en nueve años.

Gatillado por la separación y la desesperación, el libro ejerce con maestría un formato que, bajo su influencia, se expandió por la poesía argentina de las últimas décadas: el poema intimista y epifánico en verso libre. En Prozac… se lee al Casas de siempre: coloquial y elevado, cultista y pop, irónico y desgarrado, plagado de referencias oscurecidas a la gran familia de los artistas (los inútiles) y de frases para adornar remeras: “Alplax, rivotril, lexotanil / El alfabeto de los que no pueden dormir”, “Lacan siempre conduce a malas lecturas que a veces son las mejores”, “El matrimonio es un espectáculo al cual los cónyuges asisten en cuartos separados”, “Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos tratamos de que nuestro día se entienda, pero las mejores jornadas no se pueden traducir” y “Los celos son distorsivos, como algunos impuestos”.

Entre la manía y la sabiduría, entre el rol del gurú y el del bufón, Casas escribe este ensayo en verso sobre la mediana edad, la paternidad tardía y la mecánica extraña del amor.

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Una técnica que sirve para escribir debe servir también para vivir, dice también Casas. Eso lo ilustra perfectamente el cuento “El gran río de dos corazones” de Hemingway, un relato sobre la guerra que en ningún momento menciona la guerra, según explicó su autor. En apariencia, es sobre un chico que llega a su pueblo, duerme en una carpa en medio del bosque y al día siguiente se va a pescar truchas en medio del río. Es un ejemplo extremo de la técnica del iceberg enunciada por Hemingway: en un cuento sólo debe verse un séptimo de lo que pasa. Show don’t tell: pura acción y descripción; prácticamente nada de interioridad. Ningún lector sin información contextual entiende que lo que le pasa al chico es que, como Ulises, Seymour Glass y tantos otros, vuelve de la guerra y tiene estrés postraumático. La técnica del autor (sólo nombrar la realidad exterior) es la técnica que usa Nick, el personaje, para sobrevivir: se aferra a las cosas concretas de la naturaleza para sobrevivir al infierno interior.

Hemingway apenas sí da pistas del tormento: la literatura es una sutil señalética de la intimidad y la conciencia

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La gran literatura norteamericana del siglo XX es uno de los ingredientes de la fórmula Casas: Casas bebió en las aguas de Carver para ejercer el arte de la simpleza. Otras de sus fuentes: el boedismo (por el barrio), el budismo, la filosofía occidental, el rock de los setenta. En Prozac hay una cita de The Who que remite a una cita de Deep Purple que hace Michel Houellebecq en Serotonina: los hijos de los baby boomers nadamos en la incertidumbre de la nostalgia por lo que no vivimos y de un futuro que empieza a escurrirse.

Como ya había hecho en Horla City, en la segunda mitad de Prozac… Casas desarma su propio estilo rendidor. Como el muchacho que rompía las guitarras, se va de la música, del matrimonio y de la literatura hacia los lugares donde nadie se salva. El personaje de sus poemas se pone a llorar frente a sus hijos y se masturba pensando en el novio de su ex mujer. Son poemas escritos al borde de la prosa: en su hibridez, esta poesía narrativa deja aparecer el esqueleto musical de la vieja poesía metafórica, ritmada y rimada. Casas escribe matando la poesía a garrotazos, como un método para que la poesía aparezca.

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En unos apuntes sobre Seconds, una película de los años sesenta, el escritor brasileño Joca Reiners Terron cita una frase que le dice una mujer que cree ser viuda a un hombre que, aunque ella no lo sabe, es su ex marido: “Luchó mucho para que le enseñaran a querer y cuando lo consiguió se confundió todavía más”.

Conocimiento y confusión: buena síntesis de las narraciones de la edad mediana (empezando por la Divina Comedia). Últimos poemas en Prozac es un manual irónico y melancólico acerca de un hombre de la ciudad que, en los primeros minutos del segundo tiempo, atraviesa la selva oscura del sufrimiento interior. Quizás la poesía es el arte de hacerse mejores preguntas.

 

Este texto fue publicado originalmente en La Agenda.

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